SE CONVIRTIÓ EN EL LIDER MáS DE IZQUIERDA DEL TRADICIONAL PARTIDO. SU VICTORIA SACUDE A EUROPA
Partidario
de nacionalizar ferrocarriles, gas y electricidad, del desarme nuclear
unilateral, de un masivo financiamiento público de infraestructura y
vivienda, director del Stop the War Coalition que encabezó la lucha
contra la guerra de Irak, adalid de la extradición de Augusto Pinochet a
España a fines de los 90, Jeremy Corbyn es el nuevo líder de la
principal fuerza de oposición del Reino Unido, el histórico Partido
Laborista.
Es el líder más a la izquierda de los más de 100 años de la historia partidaria, una apuesta tan impensable tras la derrota electoral de mayo que solo consiguió el respaldo del total de 34 diputados que necesitaba dos minutos antes de que se cerraran las nominaciones en junio. Con un 59,5 por ciento de los 422 mil votos emitidos, su victoria fue un contundente mensaje que trasciende el Reino Unido y se extiende a una Europa que celebra elecciones este mes en Grecia y en noviembre en España con el dividido Syriza y Podemos como fuerzas centrales.
Su inesperada irrupción en una contienda que en junio todos daban por saldada entre candidatos que eran diferentes versiones del Nuevo Laborismo de Tony Blair-Gordon Brown, dinamizó el Partido que triplicó su membresía en dos meses y dio un salto espectacular con decenas de miles de “adherentes” que, por tres libras (cinco dólares), podían inscribirse y votar. Corbyn recorrió el país, realizó casi 100 actos y eventos, congregó de la nada unos 16 mil voluntarios para llevar adelante su campaña y en cada mitin logró algo que este corresponsal de más de 20 años en el país jamás vio: colas interminables, lugares saturados de gente, un incontenible entusiasmo juvenil.
Vegetariano, abstemio, hispanoparlante, Corbyn consiguió sacar al partido del estupor mortis en que había quedado tras la derrota a manos de los conservadores de David Cameron el pasado 7 de mayo.
Entre sus seguidores no hay dudas. “La social democracia está en crisis porque aceptó los principios de la Austeridad y, por consiguiente, no tenía mucho que decir. Ese vacío lo llenó ahora Corbyn que ofreció una visión de esperanza que ha resonado en muchos lugares. Pero hay que tener en claro que lo más difícil viene ahora”, señaló ayer en The Guardian Owen Jones, uno de los pocos periodistas que lo apoyaron abiertamente.
Corbyn enfrenta dos desafíos gigantescos. El primero es mantener unido la laborismo. Con la dupla Tony Blair-Gordon Brown, el laborismo se inclinó tanto a la derecha que añadió el calificativo de “Nuevo” que lo perfilaba en la práctica como un partido de centro que podía inclinarse según soplara el viento hacia la derecha o la izquierda. Esta franja partidaria, mayoritaria entre los 232 diputados, alertó durante la campaña que una victoria de Corbyn podría significar la relegación del laborismo a un partido de protesta. La figura más prominente fue el ex primer ministro Tony Blair quien pidió –en vano– que los votantes no le dieran el voto a Corbyn para evitar “cometer el acto más demente de la historia política de este país”.
Es el líder más a la izquierda de los más de 100 años de la historia partidaria, una apuesta tan impensable tras la derrota electoral de mayo que solo consiguió el respaldo del total de 34 diputados que necesitaba dos minutos antes de que se cerraran las nominaciones en junio. Con un 59,5 por ciento de los 422 mil votos emitidos, su victoria fue un contundente mensaje que trasciende el Reino Unido y se extiende a una Europa que celebra elecciones este mes en Grecia y en noviembre en España con el dividido Syriza y Podemos como fuerzas centrales.
Su inesperada irrupción en una contienda que en junio todos daban por saldada entre candidatos que eran diferentes versiones del Nuevo Laborismo de Tony Blair-Gordon Brown, dinamizó el Partido que triplicó su membresía en dos meses y dio un salto espectacular con decenas de miles de “adherentes” que, por tres libras (cinco dólares), podían inscribirse y votar. Corbyn recorrió el país, realizó casi 100 actos y eventos, congregó de la nada unos 16 mil voluntarios para llevar adelante su campaña y en cada mitin logró algo que este corresponsal de más de 20 años en el país jamás vio: colas interminables, lugares saturados de gente, un incontenible entusiasmo juvenil.
Vegetariano, abstemio, hispanoparlante, Corbyn consiguió sacar al partido del estupor mortis en que había quedado tras la derrota a manos de los conservadores de David Cameron el pasado 7 de mayo.
Entre sus seguidores no hay dudas. “La social democracia está en crisis porque aceptó los principios de la Austeridad y, por consiguiente, no tenía mucho que decir. Ese vacío lo llenó ahora Corbyn que ofreció una visión de esperanza que ha resonado en muchos lugares. Pero hay que tener en claro que lo más difícil viene ahora”, señaló ayer en The Guardian Owen Jones, uno de los pocos periodistas que lo apoyaron abiertamente.
Corbyn enfrenta dos desafíos gigantescos. El primero es mantener unido la laborismo. Con la dupla Tony Blair-Gordon Brown, el laborismo se inclinó tanto a la derecha que añadió el calificativo de “Nuevo” que lo perfilaba en la práctica como un partido de centro que podía inclinarse según soplara el viento hacia la derecha o la izquierda. Esta franja partidaria, mayoritaria entre los 232 diputados, alertó durante la campaña que una victoria de Corbyn podría significar la relegación del laborismo a un partido de protesta. La figura más prominente fue el ex primer ministro Tony Blair quien pidió –en vano– que los votantes no le dieran el voto a Corbyn para evitar “cometer el acto más demente de la historia política de este país”.
El tono cambió en estos últimos días ante la casi certeza de una victoria de Corbyn y el peligro de un cisma partidario. La mayoría de los parlamentarios vinculados con el Nuevo Laborismo han dejado en claro que no servirán en el gabinete en la sombra de Corbyn (que replica los puestos ministeriales desde la oposición), pero muchos han buscado un tono más conciliador sobre el futuro. “Siempre he trabajado con quien sea que lidera el partido. Como dije, no formaré parte del gabinete en la sombra, pero sí seré parte del laborismo, como lo he sido toda mi vida”, señaló una de las candidatas derrotadas, Yvette Cooper, ex ministra del Tesoro y de Trabajo.
Imposible de prever si esta relativa paz será duradera. El primer reto es formar un gabinete en la sombra que incluya las tendencias más moderadas del partido. Las diferencias entre los “corbynistas” y los “nuevos laboristas” no son fáciles de resolver, pero en su discurso ayer Corbyn se mostró humilde y abierto. “Les agradezco a todos los otros candidatos por la manera en que llevamos adelante el debate político y, al final de fuertes discusiones, siempre nos abrazamos. Ahora avanzamos como partido y movimiento más fuertes que en mucho tiempo”, indicó.
Si el reto de mantener la unidad partidaria es enorme, el de convertir al laborismo en el futuro gobierno es abismal. El consenso público es que el Reino Unido, sexta economía mundial, navega entre la moderación y el conservadurismo sin lugar para una alternativa de izquierda como Corbyn. Este fue el argumento de Blair-Brown para un giro a la derecha que tuvo eco en las urnas: por primera vez en la historia el laborismo ganó tres elecciones seguidas.
En los próximos días a Corbyn le espera algo que es el pan de cada día de Cristina Fernández de Kirchner o Dilma Rousseff: una campaña mediática incesante e implacable en su contra. En las últimas semanas ya empezaron a proliferar artículos que lo acusaban de todo: desde antisemita y racista (a alguien que hizo de la lucha contra el racismo una bandera en toda su vida) hasta traidor a la patria.
La ofensiva conservadora de los próximos días será virulenta y temáticamente previsible. El programa económico de Corbyn será un flanco de ataque, pero sus recetas han recibido el respaldo de muchos economistas y académicos, incluyendo a Paul Krugman y un ex miembro del Banco Central de Inglaterra. El punto más débil es su política exterior en un país que, debajo de su ironía y escepticismo, tiene una importante reserva de nacionalismo patriotero.
¿Qué posibilidades de éxito tiene? No cabe duda que Corbyn ha renovado el debate en el partido y ha insuflado pasión a la polémica en un país que muchas veces parece apolítico o desencantado o escéptico o las tres cosas. En las últimas elecciones un 40% por ciento de los votantes se abstuvieron: si se hubieran inclinado por el laborismo podrían haber cambiado el resultado final. En Escocia los laboristas, que dominaron la escena política durante décadas, fueron arrasados por los nacionalistas escoceses que tenían una clara plataforma anti-austeridad.
Si a estos dos votos se le suman los votos perdidos en Gales y el Norte de Inglaterra, el laborismo de Corbyn tiene un sendero a seguir para volver a ser gobierno. El centro y sur de Inglaterra, con la excepción de Londres, tradicionalmente más conservadores, son el hueso más duro de roer. El primer gran test es en ocho meses con las elecciones simultáneas para alcalde de Londres, parlamento en Escocia y Gales y municipalidades en Inglaterra: allí se verá si la corbynmanía ha resistido el embate de los elementos.
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