Una nueva Iglesia
Muchos siguen debatiendo que si fue o no un acto político la
beatificación de San Romero. Todavía hay quienes piensan que no se debe
politizar su imagen. No hay que politizarla porque su asesinato, su
camino a la beatificación, son ya un santo en los altares por decisión
po-pular mundial, es ya un acto político.
Durante la beatificación del santo, por poesía natural, coincidencia, o
lo que sea, tres signos marcaron el comienzo de una nueva Iglesia.
Primero el halo en el Sol, luego el arcoíris que anuncia un nuevo tiempo
después de la tempestad que lava todo y hasta desordena el paisaje, y
luego notas periodísticas que hablan de la tinie-blas pestilentes que
rodean su muerte, y en las que se entrevé la mano de la derecha
continental y una iglesia medioeval, con nombres y trayectorias
precisas.
Pero ese halo, apareció como la luz de un nuevo tiempo, la luz-verdad
que se abre pasó, para que una iglesia que había comenzado a gatear, con
Camilo Torres en Colombia, El cura Laviana, español en Nicaragua, el
Belga Poncel en Morazán, ahora ya camina con paso recio después de San
Romero. Una Iglesia nueva sin olor palaciego, sin la hedor de la sangre,
los orines y las heces de todas y todos los torturados durante la Santa
Inquisición.
Se trata ahora de una Iglesia que va por los mismos senderos que
recorrió Jesús, de la mano con los desheredados. Quizá es el inicio de
una nueva grieta que irá profundizándose, hasta separar lo bueno de lo
malo de la Iglesia.
El asesinato de Monseñor fue un claro acto político de odio a su fe,
porque estaba con los pobres y no con la oligarquía, y se le acuso de
incitar a la rebelión. Acasó al Nazareno no lo acusaron de predicar la
rebelión contra los ricos y el imperio, y en un claro acto político lo
asesinaron.
Acaso al migueleño la derecha no está tratando de recuperarlo, como al
nazareno lo recuperó el imperio romano para construir con su imagen una
poderosa máquina de guerra ideológica, igual que la hipócrita carta de
Barack Obama con los lamentos imperiales, para tratar de recuperarlo.
Acaso Roma no sabía que a Jesús iban a asesinarlo, acaso el imperio
(según documentos desclasificados) no sabía que a Romero iban a
asesinarlo. Y ambos imperios callaron y se lavaron las manos.
Y dentro de esas tinieblas de la iglesia, aparece la imagen de un
Bergoglio conservador, no muy transpa-rente durante los años de la
dictadura argentina; y no será esto precisamente el tercer signo de una
nueva Iglesia. A San Romero un jesuita llamado Rutilio Grande que al
principio era un joven conservador que al contacto con la realidad
histórica de los pobres del continente adquirió el compromiso que lo
llevo al martirio, y luego le sirvió al Romero conservador para
acercarse al pueblo y de luz que le mostró el camino a seguir, Al
jesuita Bergoglio el Romero convertido en San Romero es a lo mejor quien
le ha mostrado el camino que le mostró el otro jesuita.
Pero como quiera que sea, dos mil años después del asesinato de aquel
otro luchador social llamado Jesús, nuevos luchadores sociales levantan
su bandera y una nueva iglesia ha comenzado ya, a andar el camino del
primitivo movimiento social que conocemos como la Iglesia Cristiana. Y
como aquella, sigue luchando por transformar un estado de cosas injusto.
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