LA DESIGUALDAD DE LAS MUJERES EN EL TRABAJO
El trabajo realizado por las mujeres es tan antiguo como la historia de la humanidad. En todos los modos de producción el trabajo de las mujeres ha sido parte del proceso productivo y reproductivo, desde la esclavitud hasta nuestros días: de artesanas, cuidadoras, agricultoras, nodrizas, lavanderas, costureras, curanderas, científicas, maestras, comerciantes. Hoy por hoy en ma-yor o en menor participación las mujeres están presentes en la mayoría de oficios y profesiones.
Previo al proceso de industrialización, la producción y la reproducción se describían como actividades complementarias, es posteriormente, y en el proceso de evolución del sistema capitalista, que ambas actividades son consideradas estructuralmente irreconciliables pertenecientes a los ámbitos públicos y privados y por tanto desigualmente valorados.
Esta división se gesta y se consolida en el Estado Nación burgués, en el que la ciudadanía pasa a ser la forma de relación entre las personas y el Estado, mediado por el sistema de derecho y el contrato social. Las mujeres fueron inhabilitadas de su carácter de ciudadanas sobre la base de supuestas características derivadas de la biología con lo cual se naturalizó su condición femenina desde una perspectiva política, jurídica y filosófica. El trabajo realizado por las mujeres también fue naturalizado y con ello considerado como labores propias de su sexo, por tanto menos valorado.
Es por ello que al incluirse a las mujeres en el proceso productivo, este se realiza desde una visión misógina, de clase y de género, que considera a las mujeres como ciudadanas de segunda clase y con ello la labor que ellas realizan, de menos valor y menor remuneración. Manteniéndose casi invariable la ubicación laboral de la gran mayoría de las mujeres en la industria de la confección, los servicios y el trabajo doméstico, siendo los ámbitos menos remunerados y de mayores niveles de explotación. A nivel mundial las brechas salariales entre hombres y mujeres se mantienen, independientemente del oficio o la profesión, como signo de que las mujeres aun no alcanzamos integralmente la ciudadanía y por tanto nuestra igualdad plena de derechos.
Si bien es cierto que se han logrado avances y las mujeres nos desenvolvemos en todos los ámbitos sociales, económicos y políticos, el sistema capitalista y patriarcal reproduce y pretende perpetuar los preceptos del “deber ser femenino”, controlando la sexualidad y la reproducción y reforzando la división sexual del trabajo como causa esencial de la desigualdad económica y la laboral de las mujeres.
Las cifras indican que las mujeres aportamos a la sostenibilidad de las economías tanto en sus etapas de bonanza como de crisis, desde el ámbito privado y desde el público. La mayoría de hogares en el mundo son sostenidos por mujeres e indudablemente sin el trabajo reproductivo el mundo entero se paraliza y ni presupuestos nacionales son suficientes para cuantificar el valor que tiene el trabajo del cuidado y la reproducción de la vida, el Estado sin duda sigue en deuda con la mayoría de la población en el mundo.
Tercas como el Izote, caminamos de la invisibilidad a la presencia pública, construyendo caminos de justicia, de equipolencia del poder político y desafiando el sano equilibrio de la hegemonía masculina sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, abrigando la esperanza de vivir en un sistema incluyente, ganando día a día el derecho a tener derechos.
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