Racismo y civilización
Nuestra literatura está atragantada de textos racistas. También la de
los países restantes de Suramérica. No “restantes” porque son lo que
queda después de nosotros. Somos semejantes en muchas, demasiadas cosas
como para establecer diferencias sustanciales. Somos un continente que
ha tenido y sufrido una historia similar, no idéntica pues nada es
idéntico, lo similar establece un paralelismo y no un bloque, no una
mismidad. Esa mismidad surge dentro de las diferencias, surge como
diferencia, pero se establece, existe como destino compartido, paralelo.
Eso nos permite señalarla. Nosotros, los pueblos de Suramérica, tenemos
una mismidad que es la de nuestros destinos compartidos, la de nuestro
origen y la de nuestro despojo. En junio de 2013, el Presidente Evo
Morales se presentó en la reunión de los Estados productores de
petróleo, en Moscú. Llevó a cabo un operativo asombroso y profundo.
Hasta ese momento deambulaba por Internet un texto impecable. Se le
atribuía al cacique Guaicaipuro Cuauhtémoc, se decía que era falso ya
que lo había escrito el venezolano Luis Britto García. Qué pena: el
texto es magnífico. Pero ese sabor a falsía, le erosionaba sus verdades.
Evo decidió solucionar la cuestión. Lo hizo suyo, leyó ese texto en esa
reunión de países productores de petróleo. Sólo él, un auténtico
descendiente de los pueblos originarios de América del Sur, sólo él, un
indio como lo fuera el cacique Guaicaipuro, podía hacer suyo el lenguaje
–calmo pero perfecto en su denuncia económica y civilizatoria– de su
antepasado. Ahora no había nada que discutir. Todas las verdades del
texto de Cuauhtémoc eran asumidas por Evo Morales. Ese texto ya no era
un invento de algún escritor temerario que había inventado a un cacique
evanescente, de leyenda, que decía habladurías destinadas a transitar
los caminos anónimos, inverificables, ligados a la falsedad o al rencor,
de los laberintos de Internet. El que hablaba era Evo Morales, en su
condición de Presidente de Bolivia. El discurso de Evo dibuja con
exquisita precisión el saqueo de eso que se llama “descubrimiento de
América”. Ese saqueo, deducía, había posibilitado el despegue del
capitalismo en Europa. Y su revolución industrial. Hay un elemento
original y presentado casi en la modalidad del humor oscuro, doloroso
por lo siniestro, pero real. El saqueo de la conquista y las matanzas
que lo hicieron posible han generado (para ese continente) una deuda
externa de dimensiones monstruosas: “Informamos a los descubridores que
nos deben, como primer paso de su deuda, una masa de 185 mil kilos de
oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300.
Es decir, un número para cuya expresión total serían necesarias más de
300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.
Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían calculadas
en sangre?”. También en grandes autores europeos existe ese
reconocimiento. (Salvo que Evo pide a Europa que pague su deuda y,
argumenta, sólo existe un medio: que los europeos entreguen la entera
Europa a los americanos, a los indoamericanos, dice, pero poca
participación tendría Argentina en esa espléndida cobranza, pues se
sabe: descendemos de los barcos, de modo que sugerimos al presidente Evo
reclame a Europa para Suramérica toda.)
Tanto Adam Smith como Karl Marx destacaron la importancia de nuestro
continente para el capitalismo. Marx, incluso, llega a afirmar, en las
primeras páginas del Manifiesto, que el “descubrimiento” de América
posibilitó la creación de la gran industria. Claramente: hubo
capitalismo porque hubo conquista de América. Para todo pensador europeo
y para los europeos en general el concepto de “descubrimiento” expresa
la ratio europeísta. América es, en efecto, descubierta para Europa. La
mirada europea, al ser la de la civilización, descubre todo territorio
en que su codicia se deposite. La civilización introduce en la Historia
todo territorio descubierto. Así, los conquistados estarán siempre en
deuda con los conquistadores, aun cuando éstos saqueen sus riquezas: sin
ellos, quedarían fuera de la Historia. No es casual que Hegel haya
creado la expresión “pueblos sin historia” para aquellos que permanecen
ajenos o rezagados ante la marcha de la historia, que es la de
Occidente.
Suramérica habrá de ser pensada, hoy, por nosotros, suramericanos, por
medio de dos conceptos: 1) conquista en tanto saqueo; 2) condición de
posibilidad del surgimiento y desarrollo del capitalismo occidental.
Este segundo punto es el que menos ha sido pensado. Está en el discurso
de Evo Cuauhtémoc Morales que hemos citado. La deuda que tienen con
nosotros es tan inmensa que apenas si alcanzaría con que nos dieran la
Europa entera para cancelarla. No es una propuesta disparatada. Si se
hicieron a sí mismos con lo que se llevaron de Suramérica, lo que nos
deben es, entonces, el ser. Han sido y son Europa por el saqueo de las
colonias. Esa deuda tienen. Para cancelarla tienen que darnos el ser. Si
algo son, eso que son se lo deben a los saqueados y masacrados de las
colonias. Lejos siquiera de imaginar alguna forma de devolución, el
Occidente capitalista (trágicamente hoy) lleva su racismo al extremo.
Los “esclavos” y los “monstruos” que fabricaron con su rapiña,
desesperados, hambrientos, quieren “entrar” en Europa. O porque ahí hay
comida o porque huyen de regímenes sanguinarios siempre sostenidos y
armados por Europa, según sus intereses. Igual sucede con el porteño que
detesta a los bolitas, los paraguas, los yoruguas o los perucas porque
“vienen a robarse el país” o porque “no trabajan” o porque “roban” o
“porque trabajan demasiado”. Este racismo porteño viene desde los
inicios del siglo XIX. Siempre estuvo en Buenos Aires la “civilización”,
la “gente bien”, los “blancos”. El odio al Otro siempre es racial. El
Otro es el negro. La negritud es enemiga de la civilización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario