Momento de Guatemala
En Guatemala las marchas se suceden desde abril, tienen varios
epicentros, protagonistas múltiples y hasta contradictorios, consignas
claras y ninguna dirigencia, o bien muchas
Las tumbas del Cementerio General de Guatemala se deslizan poco a poco
hacia el basurero. Más de dos decenas de ellas han caído ya por una
ladera vertical que da al barranco en el que la humana pobreza extrema
compite por el alimento con la repugnante majestad de los zopilotes. En
su camino al fondo los mausoleos familiares han dejado un reguero de
lápidas, esculturas, ataúdes, huesos y nombres de bronce que alimentan
las pilas de desperdicios. Una parte del camposanto capitalino ha sido
cerrada ya a las visitas y sólo se admite el paso a quienes llegan a
exhumar a sus difuntos. En las hileras de pequeñas construcciones
góticas, neoclásicas y modernas más próximas al abismo pestilente sólo
quedan los nichos abiertos y vacíos que atestiguan la mudanza
apresurada. El barranco avanza y no faltan las teorías conspirativas;
por ejemplo, que una empresa minera ha estado socavando sus acantilados
de manera furtiva porque bajo el cementerio se sospecha que hay un gran
filón de oro. Cierto o no, el lento deslizamiento de la necrópolis hacia
el botadero municipal es un símbolo desconsolador de la lucha contra el
olvido, la descomposición general y la entropía.
Desde abril pasado esa lucha también ha adquirido un carácter de
urgencia en el mundo de los vivos. Todo empezó por las imputaciones de
la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) en
contra de dos decenas de funcionarios del gobierno del general Otto
Pérez Molina (aún en la presidencia) por defraudación fiscal. Entre
ellos se encontraban los secretarios del aún presidente Otto Pérez
Molina y de la entonces vicepresidenta Roxana Baldetti, y directivos de
la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT). Aunque Baldetti y
Pérez Molina no han sido directamente implicados, hay indicios de su
participación en la organización delictiva La Línea, urdidora de fraudes
y desfalcos, y la pri-mera fue obligada a renunciar en mayo pasado en
el contexto de movilizaciones populares masivas. De entonces a la fecha
la CICIG ha extendido sus denuncias por corrupción a buena parte de la
clase política guatemalteca, incluidos los integrantes del Congreso en
su conjunto (los diputados han repartido, al mejor postor o entre sus
allegados, centenares de plazas fantasma), y ha señalado por medio de su
titular, el comisionado Iván Velásquez, que en el país la actividad
política está financiada por la corrupción. Las empresas extranjeras
PISA (mexicana, medicamentos), M. Tarcic Engineering Ltd. (israelí,
control de daños ambientales), Jaguar Energy (energía, filial de la
texana AEI) y otras han sido señaladas como operadoras de negocios
sucios al amparo de la corrupción que pudre a la institucionalidad. Un
ex presidente del Congreso, un ministro de Gobernación, una ministra de
Medio Ambiente, y un presidente del banco central están en la picota
judicial y tal vez la ex vicepresidenta Baldetti sea extraditada a
Estados Unidos. Aunque el aspirante presidencial que encabeza las
preferencias de voto hacia las elecciones generales programadas para el
próximo 6 de septiembre, Manuel Baldizón (partido Líder), tiene fama
pública de narco, la CICIG no lo ha tocado en sus revelaciones, pero su
compañero de fórmula, Édgar Barquín, enfrenta un antejuicio por lavado
de dinero. Como el cementerio, la clase política se desliza al basurero.
Y para colmo, por estos días el ex dictador Efraín Ríos Montt busca
refugio en un manicomio para escapar a las acusaciones en su contra por
genocidio.
Hay que decir también que la trama de la corrupción tiene una
contratrama de la investigación por parte de la CICIG: muchos piensan
que las explosivas revelaciones de esa poderosa instancia internacional
han sido posibles gracias a los Niños Cantores de Miami, una serie de
delincuentes que fueron extraditados y que desde Florida proporcionaron a
la CIA y a la DEA gringas algunos de los pormenores de la vinculación
entre los políticos y las diversas especialidades de la delincuencia
organizada. En todo caso, Washington y la embajada de Estados Unidos en
el país centroamericano desempeñan un papel abierto y descarado en la
demolición del gobierno aún en curso y de los partidos en general. Las
masivas protestas contra la corrupción que tienen lugar tanto en
Guatemala como en la vecina Honduras han recibido el respaldo del
consejero del Departamento de Estado Thomas Shannon, quien hace unos
días, en Madrid, elogió a la juventud que ha tomado las calles en ambos
países porque no tiene miedo a la represión y dijo que si bien la Casa
Blanca considera socios a los gobiernos correspondientes, los insta a
respetar las protestas.
En Guatemala las marchas se suceden desde abril, tienen varios
epicentros, protagonistas múltiples y hasta contradictorios, consignas
claras y ninguna dirigencia, o bien muchas. En el G4 se reúnen
representantes de la Iglesia católica, Alianza Evangélica, Procuraduría
de los Derechos Humanos (PDH) y la Universidad de San Carlos de
Guatemala (Usac) –esta última hospeda las reuniones de la Plataforma
Nacional para la Reforma del Estado, en la que confluyen organizaciones
indígenas y campesinas, sindicales, estudiantiles y juveniles, de género
y derechos humanos–; la Asamblea Social y Popular, que agrupa a gente
de 72 comunidades; la Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas
(CNOC); el Comité de Desarrollo Campesino (Codeca) y grupos de
intelectuales y activistas.
Los diputados en el Congreso se han puesto tapones en los oídos para no
escuchar el clamor social. El problema es que no hay en el escenario
político del presente un aspirante viable y con autoridad moral al cual
otorgárselo y que la ins-titucionalidad política ha sido exhibida como
una mera máquina para hacer dinero por medios ilícitos. Por ello, desde
abril, sábado tras sábado, ciudadanos de todas las edades, géneros,
etnias y condiciones sociales se reúnen en el Parque Central de la
capital para exigir decencia. A unos kilómetros de allí el Cementerio
General prosigue su deslizamiento hacia el barranco de la basura.
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