La música es el lenguaje de las almas, de las
mariposas, de las flores y cuando Caetano Veloso canta con su
hermosísima voz: “Dicen que por las noches no más se le oía el puro
llorar, dicen que por las noches no más se le iba en puro llorar, dicen
que no comía no más se le iba en puro tomar, Juran que el mismo cielo se
estremecía al oír su llanto, cómo sufrió por ella. Y hasta en su muerte
la fue llamando”, en un mundo donde nada está escrito en piedra vale la
pena hacerle algunos arreglos a tan linda letra dedicándole estas
líneas a los vigilantes privados: “Dicen que por las noches no más se le
oía el puro roncar, dicen que por las noches no más se le iba en puro
pensar, dicen que no comía no más se le iba en puro desear, juran que el
mismo cielo se estremecía al oír su llanto”; vigilantes privados de los
más elementales derechos, de un salario digno, de las condiciones más
básicas para desempeñar su trabajo como es el descanso, cuando me
refiero a descanso no es que va a llegar en pantalones cortos y en
chancletas, no, me refiero a poder sentarse por un momento, un momento
para descansar cuerpo y mente y no estar condenados a estar de pie por
jornadas de doce horas, poder calentar su comida, derechos a permisos,
estos hombres y mujeres que cuidan su sueño y sus fortunas terrenales, a
veces apenitas fortunitas impersonales nadie repara en su salario, en
su alimentación, en su cálido o lluvioso presente, menos reparamos en su
futuro, en sus temores, en qué lo hizo aceptar un trabajo que apenas
cubre la canasta básica de alimentos, sin pensar en ropa, medicinas,
educación, salud, diversión, así El Pinochini de América escribe otra
página de la miserable historia salvadoreña, escrita con la tinta del
pobre que es su sangre, mi sangre.
La entrevista que leerá no tiene el nombre del
entrevistado, ni de la compañía de seguridad en la que labora desde hace
siete años pues sería despedido si el dueño de la empresa se entera, el
vigilante es mi amigo a quien conozco desde hace quince años.
Entrevistar a un hombre de cincuenta y siete años que empezó a trabajar
como vigilante desde hace siete años ante el desempleo causado por el
modelo esclavo-globalizador, un hombre que apenas sale de su trabajo
pasa por la iglesia para rogar a Dios que le escuche sus oraciones, que
lo proteja pero sobre todo que no falte el pan suyo y el de sus hijos en
la mesa, pero acá estamos escribiendo del presente y vale la pena saber
qué fue de su vida siendo joven, al llegar a la adultez porque no fue
por generación espontánea que apareció arrullando su sueño.
¿Cómo está formada tu familia?: Mira, somos cuatro
hermanos, mi papá abandonó a mi mamá si mal no recuerdo cuando yo tenía
quince años y nos dejó jodidos, ya nos tocaba trabajar de lo que fuera
para ayudar a mi mamá y así como pude seguí estudiando hasta sacar el
bachillerato, luego empecé a trabajar como repartidor de la empresa
Diana, ya ayudaba a mi mamá y a mis hermanos menores, pero como la vida
pega donde más duele mi madrecita murió cuando yo tenía veintidós años,
ya queda uno patojo para siempre, ella murió de cáncer de estómago.
¿Cuánto tiempo trabajaste en Industrias Diana?: Ahí
trabajé casi diez años, pero en eso un Pariente mío de billetes, era el
dueño de una distribuidora de libros, de la distribuidora Océano y me
dio paja que me saliera a trabajar con él.
¿Cuánto ganas como vigilante?: Aquí me pagan ciento
quince dólares cada quincena, eso sí, el dueño te paga por puchitos, un
día te da cincuenta y al final de la quincena te paga los otros sesenta y
cinco. Viajo desde Tonacatepeque, sólo en pasajes se gasta un montón y
tenés que salir en el primer bus para relevar al camarada que ya está
aburrido del plantón de veinticuatro horas, aquí uno busca la forma de
tratar de llevarse bien con el que lo releva a uno porque si no es bien
jodido este trabajo.
¿Cómo es un día normal en tu vida?: Mira, me levanto a
las tres y media, le plancho el uniforme a mi hijo menor de doce años,
le lustro los zapatos porque uno debe ayudarle a la mujer, en eso ella
me está preparando la comida porque uno con lo que gana no puede comprar
nada, apenas cuando me vengo a pie de la Tiendona para agarrar la
cuarenta y cuatro me ahorro una cora y compro tortillas, pero de ahí
traigo mis huevitos duros, casamiento y queso, lo que no me falta es el
café porque si te dormís la regaste.
¿Cuál ha sido tu peor experiencia siendo vigilante?:
Mira, aquí pasa de todo, desde tamales que te andan posteando por
quitarte el arma, hasta maricones y ladrones de todo tipo.
¿Qué le pedirías a la gente que mientras ellos duermen
vos arriesgas tu vida?: Mira, uno, que sean educados, que no piten
tanto, si aquí uno vive con un chingo de problemas, aguanta sol, agua,
hambre y que jodan tanto, no es correcto; cachimbón fuera que todos
pagaran las cuotas pero muchos son grandes trampas y de eso se agarra el
jefe para retrasarnos los pagos y que en vez de la comida podrida que
le mandan a uno, yo prefiero un café, pero eso es cosa de cada quien.
Como la vida es tan arisca y complicada, la seguridad
de millones de salvadoreños descansa en ese sencillo hombre uniformado
que por un mísero salario arriesga su vida para que usted amigo lector
descanse, disfrute una noche lluviosa mientras personajes oscuros,
tenebrosos se aprovechan de esa inseguridad para lograr su seguridad
económica. Respételos no le vaya a pasar lo de Juan Comodoro que
buscando agua encontró petróleo, se volvió rico, pero se murió de sed...
y el sencillo vigilante le cante: Pobrecito mi patrón piensa que el
pobre soy yo... lararalararalararaylaray....
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