Desde
que el ser humano es consciente de su entorno material aprendió que la
vida es una de las luchas más complejas, asimiló en superar los miedos
que le ocasionaban las fuerzas de la naturaleza, como cuando el
relámpago se miraba en el cielo, escuchaba el estruendo trueno y miraba
como incendiaba el rayo que caía en los arboles hasta convertirlos en
ceniza, se enteró después de muchos milenios que en el horizonte del mar
no había un precipicio donde caer en un supuesto “vacío”, sino, que
navegó y dio la vuelta a todo el planeta. Ensayó también como
enfrentarse con las fieras como el león, el oso y el rinoceronte, pero,
también comprendió que entre en los seres vivientes “el hombre es el
lobo del hombre”, realidad que es parte del día a día en las tribus,
castas, ciudades, capitales, naciones e imperios, el canibalismo social
emerge y se revela donde hay seres humanos; las relaciones,
correlaciones y dinámicas de poder son de vida o muerte, son de
esperanza o son de miedo.
En el mundo actual moderno parece que el miedo se impone con tantas calamidades, no solo naturales (inundaciones, sequías, terremotos, cambio climático…), sino económicas, sociales, raciales, migrantes y de pandemias producidas en los laboratorios científicos, en la actualidad el zika es una de ellas y está impactando la salud de miles y millones de seres humanos.
En los países pobres y subdesarrollados como El Salvador los miedos son latentes y pulsantes, parece que hay miedo a la falta de ingreso económico, a la venida de un nuevo invierno y no tener vivienda para enfrentar las inclemencias del tiempo, miedo a comer lo mismo, salteado o no tener para comer, miedo a perder el trabajo, a enfermarse, a la inseguridad social, como bien señala Boaventura de Sousa Santos -aludiendo a Spinoza- “las personas (y también las sociedades, diría yo) se rigen por dos emociones fundamentales: el miedo y la esperanza. El equilibrio entre ambas es complejo pero sin una de ellas no sobreviviríamos. El miedo domina cuando las expectativas de futuro son negativas (“esto es malo pero el futuro podría ser aún peor”); por su parte, la esperanza domina cuando las expectativas futuras son positivas o cuando, por lo menos, el inconformismo con la supuesta fatalidad de las expectativas negativas es ampliamente compartido”.
En el mundo actual moderno parece que el miedo se impone con tantas calamidades, no solo naturales (inundaciones, sequías, terremotos, cambio climático…), sino económicas, sociales, raciales, migrantes y de pandemias producidas en los laboratorios científicos, en la actualidad el zika es una de ellas y está impactando la salud de miles y millones de seres humanos.
En los países pobres y subdesarrollados como El Salvador los miedos son latentes y pulsantes, parece que hay miedo a la falta de ingreso económico, a la venida de un nuevo invierno y no tener vivienda para enfrentar las inclemencias del tiempo, miedo a comer lo mismo, salteado o no tener para comer, miedo a perder el trabajo, a enfermarse, a la inseguridad social, como bien señala Boaventura de Sousa Santos -aludiendo a Spinoza- “las personas (y también las sociedades, diría yo) se rigen por dos emociones fundamentales: el miedo y la esperanza. El equilibrio entre ambas es complejo pero sin una de ellas no sobreviviríamos. El miedo domina cuando las expectativas de futuro son negativas (“esto es malo pero el futuro podría ser aún peor”); por su parte, la esperanza domina cuando las expectativas futuras son positivas o cuando, por lo menos, el inconformismo con la supuesta fatalidad de las expectativas negativas es ampliamente compartido”.
El miedo puede ser peligroso cuando no se sabe manejar, porque puede profundizar a otra escala, puede descender al temor, luego al terror y encontrar tope en el pánico, llegar hasta fondo es sinónimo de quedar paralizado, de no saber cómo actuar en la selva social, y una persona que está fuera de sí es porque otro tiene dominio de ella, no solo del entorno material, sino, hasta de su subjetividad, entonces, queda expuesta y aniquilada por cualquiera de los miedos antes mencionados.
Pero, ¿quién genera el miedo, el temor, el terror y el pánico en la sociedad planetaria, regional y local? ¿Cuál es el interés? ¿Cómo reaccionan y actúan las personas en la sociedad? ¿qué beneficio saca el poder de dicha situación?
El miedo puede ser sinónimo de tánatos (muerte en vida), puede llevar hacia la muerte, y solo debe ser útil para preservar la vida, mientras encuentra sentido en el mundo, mientras construye la esperanza desde el tejido humano, familiar, social, político, económico, intelectual, religioso, cultural, etc.; hasta establecer solidaridad, cohesión de ideales y lucha permanente.
La esperanza con pensamiento crítico es meditada desde un “ya, pero todavía no”, esta esperanza apunta a la metahistoria o más allá del período en el que se está viviendo, esto implicaría no una esperanza ilusa, sino una utopía donde la esperanza misma sea el lazo de donde sujetarse para llegar a la construcción de un nuevo mundo, donde hayan “nuevos cielos y nueva tierra”, es decir, una nueva sociedad. La utopía que da y propone esperanza vendría a ser como lo señala el escritor Walter Raudales: “en ese momento tan precioso que irrumpe el día y se termina la noche y empieza el amanecer, la verdad es que la gran disputa es entre el miedo y la esperanza, la disputa eterna de los miedos humanos”.
Si la esperanza muere, muere todo, nada tendría sentido, porque para qué vivir, si todo estuviera predeterminado, estando en el horizonte el fatalismo que únicamente esperaría al ser humano.
Y cabe señalar que no solo las personas expresan miedo, también, los gobiernos dirigido por personas lo manifiestan, el 2015 y lo que va de este año se ha podido observar en América Latina las derrotas de izquierda, con todas las artimañas ejecutadas por la ultraderecha latinoamericana, los golpes suaves han estado a la luz del día, pero, la esperanza sigue y continúa en los corazones de las y los revolucionarios que no desalientan y que saben que en el poder popular y organizado está el contrapeso y contraparte al poder legal. Entre el miedo y la esperanza hay una línea sublime donde una no es sin la otra, pero, debe prevalecer la esperanza para derrotar al miedo y no paralizarse, sino, continuar luchando por la construcción de las sociedades y pueblos latinoamericanos hasta encontrar condiciones humanas y dignas en los seres humanos.
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