jueves, 19 de noviembre de 2015

«Usar a Dios para justificar el odio es una blasfemia»

Papa Francisco durante el Ángelus condena firmemente los atentados del viernes pasado en la capital francesa: «Tanta barbarie nos deja consternados y nos preguntamos: ‘¿Cómo puede el corazón del hombre idear y realizar eventos tan horribles, que han sacudido no solo a Francia, sino a todo el mundo?’»

«Tanta barbarie nos deja consternados». Basta con la violencia y el odio. «Quiero reafirmar con vigor que la vía de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad, y que utilizar el nombre de Dios para justificar esta vía es una blasfemia». El tono del Papa es grave y conmovido. Pronuncia las palabras claramente para articular frases llenas de dolor y se advierte la angustia de estas horas. Después, el momento de silencio y reflexión colectiva en la Plaza San Pedro, seguida del rezo del Ave María con los fieles. Después de los atentados terroristas en la ciudad de París, el de hoy no es un domingo cualquiera. Y Francisco lanza un fuerte llamado a la pacificación, expresando « mi dolor por los ataques terroristas que en la noche del viernes ensangrentaron Francia, causando numerosas víctimas. Al presidente de la República Francesa y a todos los ciudadanos ofrezco mis fraternas condolencias». El Pontífice indica además que está cerca «de los familiares de cuantos perdieron la vida y de los heridos».

El Papa da voz a la consternación del mundo. «Tanta barbarie nos deja consternados y nos preguntamos: ‘¿Cómo puede el corazón del hombre idear y realizar eventos tan horribles, que han sacudido no solo a Francia, sino a todo el mundo?’. Frente a tales actos no se puede no condenar la incalificable afrenta contra la dignidad de la persona humana. Quiero reafirmar con vigor que la vía de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad, y que utilizar el nombre de Dios para justificar esta vía es una blasfemia». Francisco exhorta a los fieles a unirse a su oración: «Encomendemos a la misericordia de Dios las inermes víctimas de esta tragedia, que la Virgen María suite en el corazón de todos pensamientos de sabiduría y propósitos de paz. A ella pedimos que vele por la querida nación francesa, por toda Europa y por todo el mundo entero. Todos juntos recemos, un poco en silencio, y después el Ave María».

Reflexionando sobre el Evangelio de hoy, el Papa subrayó que «contiene algunos elementos apocalípticos, como guerras, carestías, catástrofes cósmicas». De hecho, el «triunfo de Jesús al final de los tiempos será el triunfo de la Cruz, la demostración de que el sacrificio de sí mismo por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es la única potencia victoriosa y el único punto firme en medio de las sacudidas y de las tragedias del mundo». Jesus, subrayó Francisco, «no es solo el punto de llegada del peregrinaje terreno, sino una presencia constante en nuestra vida; por ello cuando habla del futuro, y nos proyecta hacia él, siempre es para situarnos en el presente. Él se pone contra los falsos profetas, contra los videntes que prevén cerca el fin del mundo, y contra el fatalismo. Quiere alejar a sus discípulos de cualquier época de la curiosidad  por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra nuestra atención sobre el hoy de la historia».  Después preguntó a los fieles, invitándolos a una reflexión íntima: «¿Cuántos de ustedes leen el horóscopo del día? No respondan ahora. Y cuando te dan ganas de leer el horóscopo, ve a Jesús que está contigo, es mejor, te hará mejor».

Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado. Nosotros no esperamos un día o un lugar, «nos encontramos con una persona: Jesús». Por lo tanto, el problema no es “cuándo” sucederán las señales premonitorias de los últimos tiempos, sino el que nos encuentre preparados», dijo Francisco en su reflexión previa a la oración del Ángelus del domingo 15 de noviembre de 2015, ante una plaza de san Pedro repleta de peregrinos y files que llegaron para ecucharlo, rezar con él y recibir su bendicón.

Por esto, insistió el Obispo de Roma en que «no se trata ni si quiera de saber “cómo” sucederán estas cosas, sino de “cómo” debemos comportarnos, hoy, en su espera. Estamos llamados a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios».

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