Los conflictos armados, el irrespeto a los derechos
humanos, la falta de oportunidades y de empleo, la búsqueda de un mejor
futuro han generado en la historia de la humanidad grandes flujos
migratorios. Los salvadoreños conocemos muy bien esta realidad siempre
actual, a la que se une hoy el éxodo a causa de la criminalidad. La
migración salvadoreña (más de una tercera parte de la población vive
fuera de nuestras fronteras) es el mayor signo de la incapacidad social
de dar lugar a todos en el territorio nacional. Y aún está fresco en la
memoria el drama de los miles de refugiados que en la época de la guerra
civil tuvieron que salir huyendo para salvarse de las balas. Canadá,
Estados Unidos, Australia, Suecia, Honduras, México, Nicaragua y Panamá,
entre otros, abrieron sus fronteras a estos compatriotas, y con más o
menos acierto los atendieron. Hoy, la gran mayoría ha logrado salir
adelante y ha rehecho su vida fuera de las fronteras nacionales, con
profundo agradecimiento hacia el país que los acogió.
Y en el mundo ocurren situaciones muy similares a las nuestras. Alguna de ellas muy cerca, como la de los miles de emigrantes cubanos que desde Ecuador intentan llegar a Estados Unidos para aprovechar la Ley de Ajuste Cubano, la cual les permite obtener la residencia al poner pie en suelo estadounidense.
Muchos piensan que esta ley es obsoleta y que no tardará en ser derogada debido al reinicio de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba; pero son muchos los cubanos que desean aprovecharla mientras esté vigente. El “pero” lo ha puesto el Gobierno nicaragüense, al no dejar pasar por su territorio a los cubanos que se dirigen hacia el norte, creando así una crisis migratoria. En lo que llega una solución definitiva al impase, las necesidades de albergue y alimentación de estos cubanos requieren de apoyo y solidaridad.
Más lejos de nosotros, en Europa, se desarrolla la crisis de migrantes sirios, una tragedia humana de grandes dimensiones. La situación de la población en Siria es tremenda. Una guerra civil que ya ha cumplido su cuarto año y a la que no se le ve fin; la irrupción en el campo de batalla del Estado Islámico, lo que ha intensificado un conflicto que ya se ha cobrado la vida de más de 230 mil personas y que ha provocado, según la ACNUR, que 11.5 millones de sirios hayan tenido que abandonar sus hogares; y, como corolario, la negativa de los países vecinos a aceptar más refugiados sirios, luego de que cientos de miles se han exiliado en Jordania, Líbano y Turquía. Turquía ha acogido a 1.8 millones (el 2.3% de su población); Líbano, a 1.2 millones (27.9%); y Jordania, a 630 mil (9,4%).
Ante la dificultad de ingresar en los países vecinos, los sirios están llegando de forma masiva a Europa. La oleada de refugiados es tan grande que los Gobiernos europeos, asustados y sin decidirse por una política de acogida clara, están dispuestos a levantar nuevamente las fronteras y echar abajo uno de los mayores éxitos de la integración regional: la libre movilidad al interior de la Unión Europea. Sin duda, esta no es la respuesta más humana ni correcta a la crisis, y muestra una penosa insolidaridad hacia un pueblo que sufre una catástrofe de múltiples frentes. Tan grave es la situación que incluso Suecia, tradicionalmente hospitalaria con los refugiados, no sabe qué hacer con los más de 2,000 sirios que diariamente entran al país. Si bien el Gobierno sueco evalúa la posibilidad de sellar su frontera en el caso de que el escenario se complique, las iglesias cristianas han abierto sus puertas para recibir refugiados, responsabilizándose de su atención y cuido. Sin duda, este intercambio entre cristianos y musulmanes abonará a la comprensión y el respeto entre unos y otros. Ojalá todo el mundo aprendiera de ello.
En contextos de crisis, es bueno revisar la historia. Tanto los europeos como los centroamericanos deberían recordar que algún día fueron o siguen siendo refugiados y migrantes. Recordar que en tiempos de las guerras civiles y de las guerras mundiales, tanto unos como otros se refugiaron en países de América y de Europa. Traer a la memoria cómo agradecieron esa posibilidad, que les dio un poco de paz y respiro, que les permitió salvar la vida o sobrevivir con dignidad. Es necesario, pues, ponerse en el lugar del pueblo sirio y de los cubanos que anhelan llegar a Estados Unidos, y ofrecer una respuesta solidaria a sus necesidades. Solo desde ella se verá fortalecida la humanidad y se podrán resolver estas crisis de manera adecuada. (YSUCA)
Y en el mundo ocurren situaciones muy similares a las nuestras. Alguna de ellas muy cerca, como la de los miles de emigrantes cubanos que desde Ecuador intentan llegar a Estados Unidos para aprovechar la Ley de Ajuste Cubano, la cual les permite obtener la residencia al poner pie en suelo estadounidense.
Muchos piensan que esta ley es obsoleta y que no tardará en ser derogada debido al reinicio de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba; pero son muchos los cubanos que desean aprovecharla mientras esté vigente. El “pero” lo ha puesto el Gobierno nicaragüense, al no dejar pasar por su territorio a los cubanos que se dirigen hacia el norte, creando así una crisis migratoria. En lo que llega una solución definitiva al impase, las necesidades de albergue y alimentación de estos cubanos requieren de apoyo y solidaridad.
Más lejos de nosotros, en Europa, se desarrolla la crisis de migrantes sirios, una tragedia humana de grandes dimensiones. La situación de la población en Siria es tremenda. Una guerra civil que ya ha cumplido su cuarto año y a la que no se le ve fin; la irrupción en el campo de batalla del Estado Islámico, lo que ha intensificado un conflicto que ya se ha cobrado la vida de más de 230 mil personas y que ha provocado, según la ACNUR, que 11.5 millones de sirios hayan tenido que abandonar sus hogares; y, como corolario, la negativa de los países vecinos a aceptar más refugiados sirios, luego de que cientos de miles se han exiliado en Jordania, Líbano y Turquía. Turquía ha acogido a 1.8 millones (el 2.3% de su población); Líbano, a 1.2 millones (27.9%); y Jordania, a 630 mil (9,4%).
Ante la dificultad de ingresar en los países vecinos, los sirios están llegando de forma masiva a Europa. La oleada de refugiados es tan grande que los Gobiernos europeos, asustados y sin decidirse por una política de acogida clara, están dispuestos a levantar nuevamente las fronteras y echar abajo uno de los mayores éxitos de la integración regional: la libre movilidad al interior de la Unión Europea. Sin duda, esta no es la respuesta más humana ni correcta a la crisis, y muestra una penosa insolidaridad hacia un pueblo que sufre una catástrofe de múltiples frentes. Tan grave es la situación que incluso Suecia, tradicionalmente hospitalaria con los refugiados, no sabe qué hacer con los más de 2,000 sirios que diariamente entran al país. Si bien el Gobierno sueco evalúa la posibilidad de sellar su frontera en el caso de que el escenario se complique, las iglesias cristianas han abierto sus puertas para recibir refugiados, responsabilizándose de su atención y cuido. Sin duda, este intercambio entre cristianos y musulmanes abonará a la comprensión y el respeto entre unos y otros. Ojalá todo el mundo aprendiera de ello.
En contextos de crisis, es bueno revisar la historia. Tanto los europeos como los centroamericanos deberían recordar que algún día fueron o siguen siendo refugiados y migrantes. Recordar que en tiempos de las guerras civiles y de las guerras mundiales, tanto unos como otros se refugiaron en países de América y de Europa. Traer a la memoria cómo agradecieron esa posibilidad, que les dio un poco de paz y respiro, que les permitió salvar la vida o sobrevivir con dignidad. Es necesario, pues, ponerse en el lugar del pueblo sirio y de los cubanos que anhelan llegar a Estados Unidos, y ofrecer una respuesta solidaria a sus necesidades. Solo desde ella se verá fortalecida la humanidad y se podrán resolver estas crisis de manera adecuada. (YSUCA)
Migrantes con amnesia: Estados Unidos son los verdaderos migrantes
Salvador Augusto López Torres
Una parte de la población (del hombre blanco) que llegó a constituir el territorio de los Estados Unidos emigró de las colonias británicas y escocesas hacia América del Norte, la melancolía y nostalgia no las pudieron olvidar razón por la cual nombraron sus colonias con terminos británicos como Nueva Inglaterra, etc. Sin embargo, la vorágine actitud por el territorio llevó a imponerse frente a México, la falsedad y posicionamiento ideológico en el que se basaron fue el destino manifiesto desde el cual interpretaron que esta parte del mundo en relación a Europa era la Tierra Prometida, es decir, releyeron la promesa de Abrahám pero en claves políticas, de conquista y guerra, hasta arrebatar territorio a México (estados actuales) como Colorado, Arizona, Nuevo México, Texas, etc.
Es relevante hacer resaltar que México era fronterizo con el actual territorio de Rusia (Estrecho de Bering) hasta antes de la intromisión europea británica, y tampoco se puede olvidar (porque es peligroso dejar en la amnesia) que en la mentalidad eurocéntrica hasta Carlos Marx avaló y vio con buenos ánimos que los Estados Unidos conquistaran parte del territorio mexicano. De modo que los Estados Unidos son los primeros migrantes y extranjeros en relación a la población originaria/indígena y latinoamericana.
Entre algunas poblaciones originarias (son numerosas) correspondiente a lo que después fue el territorio de los Estados Unidos estaban: los hopi, holi, zuñi, anazasi, etc. La mentalidad, espiritualidad y cosmovisión de estos pueblos originarios fue de respeto, armonía y equilibrio con la tierra, el aire, el agua, el fuego y el resto de la naturaleza, realidad contraria era la del hombre blanco, y se puede apreciar en la carta que el Presidente estadounidense Franklin Pearce en 1854 envió a Jefe de Seatle de la tribu Surwamish ofertándole comprar la tierra, la respuesta fue que el hombre blanco jamás llegaría a valorar la tierra y el territorio, así como por ser extranjeros no respetarían la vida: “Tal destino es un misterio para nosotros (indígenas) porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia...”.
En este sentido, no sólo la vida animal y vegetal no han respetado, sino, la vida de los seres humanos, los migrantes que en principio fueron ahora se expresan dueños, pero ¿de qué?, si ellos, hombre blanco, exterminaron con los verdaderos originarios, y en la actualidad maltratan a nuevos migrantes que llegan al territorio norteamericano. Las circunstancias históricas y reales es que las personas abandonan su territorio, país, sociedad, familia y se lanzan a una aventura de vida o muerte como la ruleta rusa, lo más grave y denigrante es que el Estado no hace mayor esfuerzo para evitar caer en la lógica perversa de expulsar a sus ciudadanos. Las personas emigran por diferentes circunstancias: porque no encuentran oportunidades que les permitan condiciones dignas de vida en su propio suelo, gente, cultura, etc. Otras se van por la inseguridad social que atraviesa El Salvador, y otras se van porque aspiran vivir en otro nivel de sociedad, aunque la verdad es que los seres humanos aunque se vayan lejos de su tierra, siempre están conectados con el cordón umbilical de la madre tierra que les parió, y esto conlleva a la nostalgia de querer estar aquí, pero están allá.
Finalmente subrayar, primero, que ningún ser humano debe maltratar a otro solo por ser extranjero y los estadounidenses que lo hacen solo deben conocer su historia para saber que no tienen moral solvente para actuar de esa forma, porque ellos son los intrusos, extranjeros y migrantes, segundo, que los que emigran lamentablemente lo hacen por ausencia de oportunidades reales para poder ascender en la escala social en este país corrupto e impune que negocia la corrupción, y tercero, que el Estado debe y está en la obligación de velar por las condiciones económicas y sociales para que las personas se puedan desenvolver en su territorio, así como, ante el retorno de aquellos que fueron expulsados de tierra extranjera, aprovechar experiencias y capacidades laborales para implementarlas en la sociedad salvadoreña, y reconocer que los deportados en un momento contribuyeron a la economía de El Salvador, que produce poco y que le es rentable al poder económico y político “exportar carne humana”, porque las programas sociales es lo que menos les interesa y no dan ni un comino para que las y los salvadoreños salgan de la pobreza.
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